Este es un artículo del columnista Jorge Sosa, del diario El Cronista Comercial.
Terminó el juego. Empieza otro, pero con nuevas reglas, y quizás algunos nuevos jugadores. Son horas de lectura caliente y las preguntas brotan más que las respuestas: ¿cambiará Cristina? ¿Pagará Néstor los platos rotos? ¿Se modifica el doble comando? ¿Se atrincheran aún más los Kirchner?Si desde la asunción de Cristina dominaba la sensación de que el actual mandato K no era más que una prolongación del de su marido, una suerte de reelección con cambio de rostro, esa sensación parece irse hoy a pique. ¿Por qué razón? Simplemente porque los Kirchner, después del shock político de haber perdido la batalla por las retenciones, deberán comenzar a jugar un partido distinto, y sin las encuestas a su favor.
Hay dos pilares del modelo político K que el voto de Cobos terminó de demoler. Dos presupuestos básicos que quedaron en desuso:
1- “Somos los únicos que defendemos los intereses del país”. Para la filosofía kirchnerista, forjada desde Santa Cruz, todos los sectores que actúan en la vida política —excepto el Gobierno— persiguen intereses sectoriales y por eso lo que vale es el proyecto oficial. Los medios de prensa también forman parte de esa oposición, que cada tanto —más seguido de lo que uno imagina— se plasma en una conspiración para derrocar al Gobierno.
Kirchner llevó tan al extremo ese relato en la pelea contra el campo, que terminó planteando la pulseada como una cuestión de vida o muerte política para la gestión Cristina, acusando a los dirigentes rurales de golpistas y ubicando a un aparte de la clase media argentina como integrante del partido “de las señoras gordas”. Difícil digerir ahora que el peronismo —según ese supuesto— sufrió una ejemplificadora derrota a manos de una conspiración gerenciada por un grupo de obesas señoras de Barrio Norte.
2- “Lo único que importa es la legitimidad de origen”. Para la filosofía K, el haber ganado por amplio margen las elecciones de 2007, le otorga al Gobierno un cheque en blanco para hacer y deshacer a gusto, sin reparos institucionales. Y como dijo Cristina, quien no esté de acuerdo con el proyecto oficial puede formar un partido y presentarse en las próximas elecciones. Por supuesto que cualquiera está en su derecho de hacerlo y el Gobierno está no solo en su derecho sino también en la obligación de cumplir con el programa para el que fue elegido. Pero la otra parte del juego democrático lo que busca asegurar es mecanismos institucionales para que cada ciudadano tenga garantizado su derecho al disenso y que todo gobierno pueda ser evaluado a la luz de la opinión pública (más aún con el contacto directo que permite hoy la tecnología). Los cambios o ajustes en el rumbo muchas veces son necesarios. Además, el sistema funciona solo si lo hacen también los poderes constitucionales del Legislativo y el Judicial. La democracia no puede funcionar sólo cada 4 años y sólo para aquellos que están en condiciones de formar un partido político o ser candidatos.
El manual no escrito de la política nos revela que los Kirchner, en su esencia, no van cambiar. Pero pueden empezar a reaccionar diferente ante un escenario que, contra lo que apostaron, ahora es diferente.
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